Mulla Shah, India, Dinastía Mughal, ca. 1639

¿Cómo, después de comulgar con lo Eterno podemos volver a este mundo, entremezclarnos con los hombres, falaces como son? Hay algo que se rompe, una parte del ser que no retorna, quedando atrapado en los brazos de lo inconmensurable; ello es similar a los efectos post climáticos, luego del orgasmo, aquella pequeña muerte, en la cual somos encumbrados al placer absoluto, seguido de risas repletas de satisfacción, para finalmente ser abatidos por un fugaz descenso de los ímpetus. En el caso del místico, tal pesadumbre no es temporal, sino que se convierte en una constante aflicción, frente a la cual deberá encontrar sosiego, lidiar con ella de acuerdo a sus mejores esfuerzos, so pena de que lo consuma, y lleve bien sea a la indigencia, o a la locura. Tal es la nostalgia del mago, el anhelo constante por tocar nuevamente lo Eterno, a sabiendas que es un instante pasajero, pues debe retornar a los desolados paisajes del Mundo, otrora coloridos, que palidecen en comparación a lo que vivió en su éxtasis espiritual.

Por supuesto, el título de esta entrada puede ser engañosa, pues lo que describo es en rigor el camino del místico, que no necesariamente será el mismo del mago, dependiendo de la corriente que este transite. Del brujo puede decirse lo mismo, aunque quienes conozcan mi trabajo sabrán de antemano mi apreciación de ambos términos, por lo cual no es necesario ahondar al respecto. Precisamente, por la definición particular en la cual envuelvo al concepto del magus en mi imaginario como practicante, y escritor, debe asumirse que el brujo/mago es también un místico, buscando incesantemente perderse en el desierto, o en la cima de la encumbrada montaña, buscando en soledad la unión con lo trascendental y divino.

Probablemente es esa pesada nostalgia, una peculiar tristeza con matices de ensoñación que se refleja en los ojos del practicante que ha sido participe de lo metaespiritual, lo que ha hecho que tal rumbo haya sido puesto bajo el imperio de Saturno; la imagen arquetípica del planeta, aquella del enjuto anciano de larga barba y sobrias vestimentas, convirtiéndose en una plantilla para caracterizar a la figura del místico. Ello no esta fuera de la realidad pues, en efecto, el beso saturnino, una bendición y maldición simultáneamente, se imprime en las mejillas del adepto, para acompañarlo en su amor por la soledad y alejamiento del mundo profano, pero condenándolo a una melancolía por vivenciar, una y otra vez, el instante eterno en el cual es sacrificado en el altar de los Dioses Primordiales, su carne devorada y espíritu inflamado, momento en el cual es capaz de percibir el rostro de Verdad, inconmensurable fuerza divina.

Empero, a pesar de que el místico es apropiadamente identificado con el viajero de grises vestimentas, inmortalizado en la figura del Odín/Wotan nórdico, y en efecto como Grimnir el Encapuchado nos encontramos con el mago en la permanente búsqueda por la sabiduría y contacto con lo supernatural mediante una ambivalente inmersión en el mundo natural, el de los hombres vulgares, y en abstractos escenarios míticos, no puedo evitar referirme en este discurso a otra figura, muy similar en ciertos aspectos a Wotan, pero que evidencia la fértil esperanza que anida en la tristeza que imbuye al místico en su ordalía.

Al Khidr, el Verde Peregrino, es una de las figuras del místico por excelencia, habiendo alcanzado tal intimidad con lo divino que fue enviado por Allah para enseñar al augusto Musa (Moíses), aunque este último ya estuviese consagrado como un magno sabio.  Se dice que Al Khidr recorre el mundo, no perteneciendo a ningún lugar y a todos a la vez, un espíritu cosmopolita que sería adoptado incluso por escuelas filosóficas como la estoica, denotando su presencia por una brisa primaveral, independientemente de la estación, y el destello esmeralda de su túnica; sus pies benditos siendo capaces de hacer reverdecer, y florecer, el más árido desierto. Como Wotan, tiende a recorrer los pueblos de los profanos, noción de que el místico ha de ser tal ya se encuentre en una aislada caverna o entremedio del bullicio del mercado. Aunque en él, casi un semi dios, o más un avatar del impulso a elevarse hasta lo incognoscible, se haya entremezclada aquella nostalgia consecuencia de la hénosis, con una jovial alegría producto de la certeza del triunfo vital de la naturaleza, pues el místico, gracias a su autosacrificio de aislarse permanentemente en una montaña interna, de allí su soledad que parece nunca desaparecer, trasciende al mundo, y es capaz, por esa misma distancia sustancial, socorrerlo y dotar de verdor ese yermo causado por la caída raza de Adán. Este principio existencial, que define la vida del místico, es sintetizado en la conocida frase, rehecha de la biblia: Estoy en el mundo pero no soy del mundo.

Vestido de verde, o de gris, el místico no puede exorcizar a Saturno de su fuero, pues a la vez lo empodera y castiga; como Al Khidr decapitando al infante que se convertiría en la debacle de sus padres; o Wotan causando refriega y matanza entre volsungos con el reto de la espada gram/nothung. Las razones de ambos están veladas, pues solo ellos son participes de lo eviterno, y desde el aislamiento de la ermita, enclaustrada en pedregosa cima, tienen una visión panorámica vedada para el resto de los hombres.

En espíritu similar, el mago, convertido en místico, padece sus días con la carga del pesaroso corazón que se ha abierto al abrazo de la divinidad, dotándolo de sabiduría, y condenándolo a un ostracismo entre las multitudes. A pesar de ello, el recuerdo permanente de las pretéritas uniones sirve de halito que impulsa el recorrido, memoria de un privilegio que es pagado gustosamente. No en pocas ocasiones Al Khidr es representado sobre un pez, recorriendo las aguas, en un gesto liminal que hace que no olvidemos que somos viajeros entre dos mundos, sin poder, de momento, abandonar uno y alcanzar el otro; el pez, símbolo de las Aguas de la Vida, testimonio no solo de la maestría del practicante sino del favor divino, pues a diferencia de la piedra filosofal esta no es creada sino entregada. Asimismo el místico se convierte en el Amado de la Divinidad, o en su Amante de acuerdo a ciertas vertientes, siendo agraciado con su favor, pero asumiendo con severidad la penuria del permanente exilio.