El Arte Mágico

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Resulta crucial comprender, con la mayor solidez posible, cuanto menos aquella que sea transmisible externamente, pues el verdadero entendimiento de tales asuntos solo es alcanzable mediante la vivencia experiencial, la naturaleza de aquello que llamamos poéticamente el Arte Mágico, pues supone una corriente singular que no puede, ni debe, ser confundida con el mero ejercicio de la llana brujería y/o magia operativa básica; se constituye, de hecho, como una vía de suma realización espiritual, que busca trascender las limitaciones del plano material, para alcanzar la iluminación plena del practicante.

Que este sucinto escrito, arroje alguna luz al respecto.

Si bien el Arte Mágico ha sido considerado por algunos insignes practicantes, como hermano de aquel paraguas conceptual llamado brujería, hechicería, o encantamiento, e incluso vistos como sinónimos, en la experiencia de vuestro autor la comparación resulta, desafortunadamente, insuficiente, cuanto menos a la hora de explorar cabalmente su trasfondo y génesis. La magia, como suele ser entendida actualmente en occidente, tiende a ser reducida a su carácter meramente operativo e inmediato, poniendo especial énfasis en la magia folclórica, hechizos, y grimorios, estando desprovista virtualmente de todo misticismo verdadero; el Arte Mágico por su parte, bajo el canon esotérico que imbuye su imaginería más extensa, supera conceptualmente dichos pormenores, trasladándose no solo hasta la antigüedad clásica y tardía, con sus cultos mistéricos, de los cuales el Sabbath Brujo medieval es una iteración posterior, sino más aún adentrándose en las montañas de Anatolia, las arenas de los desiertos orientales, hasta las orillas del Nilo. Aunque durante muchos años consideré a la brujería y al Arte Mágico como uno y el mismo, el paso del tiempo, la interacción con los Poderes, así como una mayor comprensión de los Misterios, abrió nuevas posibilidades que provocaron replantearse tales cuestiones, en aras de aquella irrefrenable búsqueda por la Verdad. A pesar de que la Brujería Tradicional, circunscrita como está, hace parte del Arte Mágico, comprendido como aquel hermético Arte Real que ha tomado variopintas expresiones, no es su todo, sino que es abarcada por el mismo, abrazada por su manto intemporal.

El Arte Mágico es una aproximación mágica y mística a una espiritualidad mistérica que hermana de forma natural lo estelar y ctónico, lo teúrgico y goético, una manifestación elevada de la magia, trascendiendo su lado meramente operativo, aquel enfocado a resolver necesidades superficiales y mundanas. Este velado Arte Hierático, como también es conocido para realzar su esencia sacerdotal y velada, es la persuasión de los vínculos, atando, o liberando, elementos, mudándolos al terreno de lo sacro y sutil, con el fin de producir un cambio de estado, a veces menor y otras, cuando apunta a su raíz, a la transmutación del practicante quien, como la serpiente, busca convertirse en dragón, para así unirse a lo Eterno. Por ello, el Arte Mágico no puede denominarse una tradición propiamente, sino una forma de afrontar a las realidades sutiles, con un ethos propio, compuesta por una visión íntima de interacción con los espíritus, a partir de la cual sí que pueden emerger tradiciones formales, esto es, estructuras de enseñanzas supeditadas a un imaginario mito-poético, protocolo, y singulares métodos de ejercicio mágico, espiritual, y místico, concatenadas por un linaje, tanto etérico como sanguíneo.

La Serpiente, en efecto, es la gran patrona de tales arcanos, símbolo por excelencia de no solo la transformación, expresado en su constante cambio de pieles, sino del sendero mágico mismo; en verdad, el atávico reptil, de acuerdo al imaginario que envuelve a nuestro Arte, se halla en un viaje por la última exaltación, donde trastocará su forma, revelándose su primordial manifestación como el dragón, suprema efigie quintaesencial de los Misterios y la Magia. No es extraño que el practicante sea equiparado a la serpiente en su propia peregrinación y ordalía, anhelando su liberación final, despertando la pura claridad de su mente y alma. Es así que descubriremos a los misterios ofidios como una de las piedras angulares del Arte Mágico, encriptando el ethos de transformación alquímica de nuestras usanzas, direccionadas vehementemente a la apoteosis y realización espiritual del practicante. En efecto, uno de los símbolos más antiguos usados en el ocultismo es el Ouroboros, la serpiente que devora su propia cola, originado en la magia egipcia y extendida a la tradición esotérica y alquímica posterior, concebido como una de las manifestaciones primordiales del círculo mágico (Skinner 2013), témenos protector por excelencia del mago.

Empero, sería equivoco el suponer que la importancia de la serpiente condicionaría a que el núcleo del trabajo en el Arte Mágico sea exclusivamente lo ctónico, desconociendo lo estelar; decantarse radicalmente por uno, u otro, sería un desacierto, nacido del desconocimiento de las plenas potencialidades de ambos; el dragón, en efecto, es de doble naturaleza, pues como una gran serpiente [recordemos que la raíz de la voz Dragón la encontramos en el griego antiguo Drakon, empleado originalmente para designar de forma general a las víboras] repta en las profundidades de la tierra, y con sus alas se eleva a la cúspide de la bóveda estrellada; viaja constantemente entre el zenit y el nadir. Tal vez se hace necesario recordar, de igual manera, que las estrellas/planetas son vistos con mayor claridad en la noche más obscura, reafirmando que el carácter nocturno del Arte Mágico transita en armonía con su faceta estelar y cósmica.

Aquel recordado necromante inglés, Jake Stratton Kent, resumió elegantemente tal perspectiva dual en su delimitación de la Goeteia arcaica, ancestral tradición helénica que se erige, sin duda, como una de las fuentes primitivas del Arte Mágico, siendo útil para nosotros la siguiente apreciación:

Estos dos mundos, los centros de estas dos cosmovisiones opuestas, pueden ser definidas como celestial y ctónico. Estos no son los límites de las visiones de mundo concernientes, sino sus centros. Esto es, mientras la Religión Revelada [Teúrgia] tiene como base lo Celestial o incluso un reino Supra-Celestial, no excluye consideraciones de otras regiones, como la Tierra, el Infierno y el universo físico en general. Similarmente, mientras la Religión Natural [Goeteia] tiene la Tierra y el Inframundo en su corazón, esto no impide lidiar con dioses del trueno, o el Sol y la Luna. (Geosophia vol. I, p. 10) [corchetes son míos].

Siendo el Arte Mágico una forma de aproximarse a la Otredad, mediante técnicas, tecnología, y principios estructurales, que se han mantenido, bajo ciertas mutaciones, con el paso de los siglos, e incluso milenios, del cual emanan tradiciones con idiosincrasias  e imaginario mito-poético particulares, no resulta inusual que hallemos practicantes individuales, así como grupos, cuyo enfoque sea fundamentalmente el trabajo nocturno/ctónico, mientras que otros dirijan sus esfuerzos a lo empíreo/planetario; tal dicotomía reafirma el carácter vivo y fluido que caracteriza a este sendero, cuando es ejercido de forma genuina.

Constituyéndose como Arte Hierático, esto es, sacro y sacerdotal, estas usanzas no pueden enfrascarse en limitaciones dogmáticas, pues buscan la Verdad, y esta se halla disgregada en múltiples facetas. Por tanto, este camino sui generis trasciende banas consideraciones que emasculan al ocultismo moderno en dicotomías de Sendero de la Mano Derecha e Izquierda; su pulso trascendental, y verdaderamente disruptivo, no puede ser encasillado en uno u otro. Similar a como la brujería operativa debe saber sanar y enfermar en igual medida, el refinado Arte Mágico, dotado de elucubraciones escatológicas intimas a los fines últimos del ser, abarca por igual lo ascético y herético, lo sancionado y lo reprobado, en una danza constante que convierte simultáneamente al practicante en escultor e iconoclasta.

Contrario a la magia de un tipo operativo, inclinada a la resolución de problemáticas temporales, dentro del Arte Mágico subyace un interés en el encarnizado perfeccionamiento del practicante, abarcando las tres áreas constitutivas de su extensa manifestación, i.e. cuerpo, mente, y espíritu; esto a sabiendas de que cada una de ellas se sincroniza con la siguiente, en una cadena indisoluble, como engranajes del gran athanor del individuo; en esto yace cercano al ethos de ciertas tradiciones orientales, en las cuales el mantenimiento del vehículo carnal supone un imperativo para la liberación final, fungiendo, a su vez, de laboratorio y primer templo, el más importante además, a sabiendas de las puertas energéticas que subyacen en su interior, aquellas que deben ser abiertas, y transmutadas, a través de cocciones y destilaciones, para la consecución de la apoteosis.

Naturalmente, esta característica holística transformativa arroja a este Arte Hierático al campo del misticismo, hermanándolo en la distancia, y salvando diferencias, con escuelas mistéricas griegas como el Orfismo y Eleusis; hebreas, como la Kabbalah y el Hasidismo; orientales, como el Sufismo; formas esotéricas y tántricas indias y tibetanas; hasta expresiones del misticismo extático cristiano europeo, particularmente el español y alemán. Esto supone, claro está, una evidente diferencia con la magia simplemente operativa, llevando al centro de la vida del practicante la búsqueda por el contacto directo con lo divino, así como la aceptación de los subsecuentes cambios que ello acarrea en su mundo interno, que son invitados directamente por el individuo, en un genuino anhelo metafísico. Que existe un hilo universal que une a estas escuelas místicas se evidencia en similares conclusiones y prácticas, direccionadas a remover cualquier obstáculo que prevenga la unión con lo divino; por ejemplo, en formas avanzadas de tantrismo se aboga por la contemplación del mundo entero como el mándala del dios que rige la corriente; en un estilo similar, dentro del Sufismo, encontramos el ejercicio constante del Dhikr, el recuerdo del Amado (Dios) en todas las cosas e individuos, en una rememoración indetenible de la presencia divina; ambos ejercicios contemplativos tienen resonancia con métodos del Arte Mágico en los cuales se pretende visualizar la naturaleza universal como el altar/templo del dios tutelar, o del regente de la tradición singular, tanto en sus reflejos benéficos, como aquellos repulsivos.

Referente a denominaciones, etiquetas en realidad inútiles, pero que pueden ser terminologías necesarias para diferenciar al adherente del Arte de otras escuelas mágicas y/o místicas, habrá algunos que prefieran el término de mago, otros simplemente practicante, o el más popular brujo.

De Persia nos ha llegado al día de hoy la palabra mago, devenida del proto-iraní magû (pl. magûs), convertida al griego mágos (pl. magoi), luego al latín magus (pl. magi), llegando finalmente a nuestra lengua castellana, y a otras lenguas vernáculas de similar tonalidad.

Lo que hoy en día entendemos como magia, y que ha sido definida de variadas maneras, se concebía en su origen iraní más arcaico como la ciencia de los magûs, quienes pertenecían a una casta sacerdotal, vibrante semejanza con la mentada tradición egipcia de los sacerdotes lectores, vistos como salvaguardas del cerrado conocimiento de Heka, que eventualmente se convirtió al Zoroastrismo. Gracias a la gran impresión que estos magûs causaron en los escritores griegos, se terminó empleando tal palabra para definir de forma generalizada a aquellos que efectuasen encantamientos, embrujos, y cualquier acción que buscase convocar a los espíritus, o causar cambios en el mundo por medios considerados por los profanos como supernaturales. Durante el periodo clásico mágos se convirtió en sinónimo para goes, oficio inicialmente caracterizado por connotaciones sui generis; tanto los magoi,  goetes, y teúrgos, posteriormente unificados a los ojos de los cristianos de la Antigüedad Tardía, eran iniciadores de Escuelas Mistéricas, requiriendo inducción formal, o la adopción mística por parte de un dios, por lo que se erigen como términos apropiados para un practicante del Arte Mágico, aunque con matices, si queremos ser estrictos en su definición, que escapan a este corto ensayo introductorio.

Finalmente, respecto al término brujo, resultan importantes ciertas aclaratorias. Si bien la voz bruja/o puede señalar a individuos inclinados a la magia operativa, o a la muy pragmática hechicería, también esconde en su albores etimológicos anglosajones una verdad mística cercana, y afín, al distinguido Arte Hierático.

Se ha afirmado constantemente que la raíz de Witch la encontramos directamente en el Viejo Inglés Wican (doblar, curvar) y Witan (conocer), una aseveración defendida por diversos practicantes, y cuyo principal defensor fue Gerald Gardner, quien consideró en su momento que Wica era sinónimo de Witchcraft; sin embargo, el profesor estadounidense Jeffrey Burton Russell en su A History of Witchcraft: Sorcerers, Heretics, & Pagans (1980) descarta estas suposiciones y propone que el origen último y verdadero de Witch lo encontramos en la palabra proto-indoeuropea Weik, cuyo oscuro significado la acerca a ‘sagrado’ y ‘santo’, una voz relacionada de forma general con magia y religión.

Así mismo The American Heritage Dictionary of Indo-European Roots (2000) va más allá en su definición y lo conecta con el posterior Francés Antiguo Guile (astucia, engaño), una muy interesante conexión si pensamos en el papel del brujo como “Hombre/Mujer de Astucia”; al igual que con el Inglés Antiguo Wigle (adivinación). De la arcaica raíz Weik se deriva también el Alemán Antiguo Wikk que, a su vez, produce definitivamente el Inglés Antiguo Wicca y Wicce (hechicero masculino y femenino respectivamente); de esta Wicca devino el Inglés Medio Witche, que consecuentemente nos dio como resultado el Witch moderno. El primeramente mencionado Wican es igualmente una derivación tardía del proto-indoeuropeo Weik, relacionada, según afirma el profesor Russell, con el Sajón Antiguo Wikan, el Antiguo Alto Alemán Wichan, y el Antiguo Nórdico Vikja, cada uno teniendo como significado doblar o voltear.

El término Witch por lo tanto deviene, en su recorrido lingüístico histórico, de “algo sagrado, santo, religioso”, y si bien la brujería es en su forma más pura y bruta una práctica, y no puede considerarse una religión pues no posee mito-poesía específica que la encause, sí tiene relación, ya expandida y refinada propiamente como el Arte Mágico, con la acepción contenida en el popular origen etimológico que da Lactancio (303-311 d. C.) para la voz religión, i.e religare, definiéndola como ligar nuevamente, esto haciendo referencia al reencuentro del hombre con lo divino; tal cuestión se vincula directamente a la capacidad del brujo para ser puente entre ambos mundos, imbuyéndolo de un aura sagrada, erigiéndose así, con todo derecho, en un místico.

Esta suma de significaciones permite afianzar la perspectiva trascendental del practicante del Arte Real, colocándolo por encima del simple hechicero, conjurador, y vidente; constituyéndose así como un hombre/mujer que trabaja lo sagrado, y es a su vez sagrado; poseedor de sabiduría y astucia; iniciador de Misterios; capaz de regresar el mal, o ser su origen; fungiendo de enlace entre los espíritus y el mundo de los hombres; en un épico romeraje por su plena realización espiritual, donde deje atrás su ropaje humano y se devele su intrínseca naturaleza divina, retornando a su monárquico lugar entre los Antiguos Dioses.

Bajo esta visión elevada y apoteósica enmarcaremos los requerimientos personales y óptica que ha de tener un verdadero practicante del Arte Hierático, superando aquellos del simple brujo/hechicero operativo, enclaustrado en ambiciones inferiores y triviales.

Nos hallamos frente a una sui generis línea mística de pensamiento, filosofía, criterio, discurso, acción; una vía peculiar de creer, hacer, y relacionarse con el sendero espiritual y sus ambiguos habitantes; enraizada profundamente a un sentido de pertenencia que parece resurgir de manera atavistica, pues responde a un llamado primitivo, cuyos adherentes genuinos parecen “retomar” una labor que fue dejada en hiatus antes del término de una iteración carnal previa, siguiendo así una especie de alcurnia etérica, que concatena a sus miembros en la nebulosidad de lo que ha sido controversialmente llamado Linaje Ardiente, que los diferencia marcadamente del mero prestidigitador y conjurar banal. Es así que, si bien pueden existir estirpes hereditarias, el leitmotiv de su ancestralidad parece yacer en una metempsicosis de continuos resurgimientos, en donde cada uno pretende finalizar una labor de inconmensurable importancia, para sí y otros.

Bajo tal arista es imposible no ver en el iniciado del Arte Mágico a un místico abocado a tan ardua peregrinación transformativa. Dentro de las tradiciones más costumbristas es usual que, entre los hermanos jurados, suela utilizarse el apelativo de Viajero, cuya impronta hace imposible no evocar al derviche persa, o al itinerante goes helénico, el primero inclinado a lo empíreo, el segundo a lo ctónico; mientras que nuestro Viajero, aquel príncipe en exilio, quien con ímpetu incansable pretende retornar a su otrora dominio, reside esporádicamente en diversos reinos, con la cabeza entre las estrellas, y sus pies entrelazados con las raíces abisales.

Que cada huella sea una iniciación.