Vivimos en una sociedad de grises tonalidades, en la cual el relativismo se ha apoderado de nuestras vidas, y las nociones de correcto e incorrecto se pierden entre ambigüedades que persiguen el condescendiente tacto para con las mentes sensibles, y pusilánimes; en donde la necesidad por libertad de acción, y pensamiento, han de aventajar cualquier idea trascendente, y verdaderamente importante, que requiera sacrificio, y resignación, para llegar a término. Ello hace parte del error actual de considerar que toda opinión es valiosa y cuenta, por lo que toda voz debes ser respetada; tal argumentación parte de una falacia igualitaria que desconoce la diferenciación entre los seres humanos. No, la opinión de todos no cuenta, y no es relevante, a pesar de la caja de comentarios en las Redes Sociales que invita a que cualquier pobre inepto emita las infértiles, y maltrechas, semillas de sus anquilosadas mentes.

El día que escribo esta entrada he reflexionado acerca de la disminución en calidad de obras literarias fantásticas, con adaptaciones enfocadas a la complacencia de agendas políticas modernas, lo que suele involucrar un grosero irrespeto a los autores originales, pienso, claro está, en el cuerpo literario del profesor Tolkien, y como está siendo mutilado, descuartizado, tan solo por la ganancia crematística y la proliferación de la sensiblería hiper susceptible que parece infectar a la sociedad contemporánea.

Cabe, por tanto, preguntarse: ¿Qué tiene que ver esto con el Arte Mágico?

Mucho, la verdad.

El Arte Hierático, entendido como la sacra ciencia, y regalo, de los dioses, es un oficio sacro, como su nombre delata, que se halla inmerso en una cosmovisión tradicionalista, costumbrista y, me atrevería a decir a pesar del escándalo que podría ser para algunos, conservadora; tenemos técnicas, lo que he llamado tecnología mágica, e.g. varas, dagas, círculos; que se han mantenido, con muy pocas modificaciones, por milenios, y aunque algunos matices externos puedan haber cambiado, a razón de adaptaciones culturales y geográficas, en general siguen siendo exactamente lo mismo, un testimonio de la efectividad de tales métodos, después de todo, “si no está roto, no lo cambies”. Inclusive con la transferencia de conocimientos mágicos desde Alejandría a Constantinopla, y de allí a Venecia y el resto de Europa, con todas las mutaciones y omisiones que pudieron haberse cometido, el acervo esencial del Arte Mágico se mantiene exactamente el mismo; encontraremos que técnicas como la elaboración del Círculo Mágico son tan exitosas y eficaces que tienen presencia desde Mesopotamia, pasando por Egipto, llegando a Persia e India, hasta la magia de los magos taoístas chinos.

Esta preservación de técnicas no viene sola, sino que está acompañada, no como mera añadidura sino como elemento consustancial, por una particular forma de ver, y actuar, en el mundo. He hecho hincapié, ya hasta la saciedad para algunos, aunque lo seguiré haciendo para vuestro tedio, que la magia solo puede ser ejercida de forma plena por un individuo completo en sí mismo, caracterizado por una disciplina adamantina, resiliencia, autocontrol, elevación por encima de los deseos y anhelos comunes, y adhesión a un sendero de virtud; todo esto implica que su vida es una sui generis, no atrapada en un tiempo específico, como alegarían los dedos que me señalarán puerilmente de retrogrado y adusto conservador, sino más bien en un estadio atemporal, donde aún se mantienen, de forma prístina, los valores, ética, y carácter, cristalizados en la viva membrada que pulsa en la estructura formativa del Oficio Hierático, y que ayudan al practicante a imantarse a tales principios eternos, para beneficio tanto de su bienestar temporal inmediato, como de sus aspiraciones más apoteósicas.

En el Arte no hay medias verdades, no es válido el argumento de “la verdad es un punto de vista”, no, la verdad simplemente es lo que es, tal es su más pura definición filosófica; lo que pueda decir, o pensar, de un tema particular puede herir a otro, pero eso no cambiará los hechos, tampoco lo hará el ocultarla para evitar el dolor; en esto debemos ser cuidadosos, en el sentido de que la opinión no es, necesariamente, verdad; los filósofos griegos tenían sumo cuidado en separar la opinión de los hechos, y de la verdad misma, comprendiendo que esta solo puede ser vislumbrada débilmente por lo fenomenológico, y captada solo por el alma. Empero, el Arte Mágico, comprendido como esa ciencia divina, al ser emanado de los principios supernos, esta indisolublemente atado a la Verdad, donde esta no se halla el Arte se ausenta; es uno de los motivos por los cuales, luego de una iniciación genuina, la vida del iniciante es deshecha, pasando por momentos traumáticos de disolución, pues su existencia, hasta ahora dominada por lo mundano e ilusorio, debe dar cabida a lo verdadero, a la experiencia mística absoluta; los cimientos de barro falaz deben ser derribados, para construir nuevas, y veraces, fundaciones.

Para alinearse con esta estructura sutil, que vivifica y alimenta la efectividad de la magia, y me refiero a la verdadera magia de los dioses, no el mero ejercicio hechicero folclórico, de talante y naturaleza subalterna al primero, el practicante requiere no solo adoptar, sino vivir plena y orgánicamente, un modo de vida conducente al oficio que desea dominar. En esto la Síntesis Subjetiva, término acuñado por el Dr. Joseph Lisiewski, juega un papel muy importante, pero no es tiempo de adentrarnos en él, aunque tenedlo presente para futuras exposiciones; junto a ello el llevar una vida con valores éticos atemporales, apegados a lo correcto y no a lo circunstancial, supone un engranaje insustituible para ser capaz de no solo comulgar de forma efectiva con los Poderes, sino para blandir la magia en sus manifestaciones más elevadas, que permitan alcanzar la liberación de la Rueda del Destino, y la divinización del individuo. El mago debe, y no hay alternativa posible, vivir una Vida Santa.

Con la frase Vida Santa no me refiero, aunque puede ser parte, de una existencia ascética, asexual, sobria, y aislada ( a todas luces aburrida para el hombre moderno); no, sino una vida apropiada y conducente a los fines del practicante si este tiene como objetivo la comunión intima con los dioses, el entendimiento de los Misterios, y la praxis de las formas de magia superiores, cuya complejidad no se mide únicamente en los requisitos materiales de sus ceremonias, sino en lo que demanda del oficiante para que obtenga victoria, y no se ponga en peligro antes, durante, y después, de las mismas. Hay un dicho popular: “debes vestirte para el cargo que quieres, no el que tienes”, aunque una cita banal, aplica, con las correcciones y perspectiva adecuadas, al tema en curso; si quieres ser un mago hermanado con los dioses, debes apuntar tu vida a lo divino, alejándote de lo sucio e inferior, y acercándote a lo puro y trascendental.

Recientemente se lo comentaba a un grupo de mis estudiantes privados:

Los dioses no revelan sus arcanos a los esclavos, sino a los hombres libres.

Existen muchas formas de esclavitud, la mayoría que me lee sigue teniendo grilletes en sus pies, impuestos por ellos mismos, atrapados en sus propias compulsiones y taras.

Todo ello no significa que la Vida Santa hará todo más sencillo, en algunos instancias será todo lo contrario, impondrá dificultades que fácilmente podrían evitarse siendo uno más del rebaño. Por ejemplo, toda mi vida he llevado internamente una serie de valores, muchos de ellos de forma instintiva, reforzados por educación externa pero cuyo origen siempre he percibido yace en algo mucho más profundo, que me han acarreado choques sentidos con las actitudes, e inclinación de carácter, de muchos individuos contemporáneos; soy un hombre de palabra, pues el mago es su palabra, y cuando digo algo para mí ya es un hecho, cada expresión que realizo, por más liviana, es un juramento, ello no es común en el individuo moderno, lleno de excusas varias, y justificaciones insustanciales, por lo que no son pocas las ocasiones de encontrarme con quienes, con suma ligereza, cambian incluso sus promesas hechas con el más elevado rigor.  He conocido, inclusive, contraventores de juramentos mágicos oficiales; nunca terminan bien a mediano, y largo, plazo.

Hace poco recibí el ofrecimiento de cierta “escuela de magia” hispanoamericana para dictar clases con ellos, uno de sus instructores quería llamarme a mi teléfono personal para discutir los términos, a pesar de que nunca habíamos intercambiado palabra alguna, y la invitación venia de una tercera parte; me rehusé a tal conversación sin antes recibir un correo propiamente, que sirviese de introducción oficial entre nosotros. La persona claramente se resintió, y en la posterior reunión digital que siguió a la necesaria misiva, evidenció cierta predisposición. Aunque el impase fue superado, decliné del todo el ofrecimiento, pues no me convencieron sus métodos en general, y soy sumamente protector de mi proyección y con quien se me involucra, precisamente porque soy fiel, y firme, con mis valores y ethos. Algunos podrán presumir que es una cuestión de ego, una noción risible considerando que me considero, primero que nada, un sirviente de los Poderes, y he abandonado todo título externo; mis estudiantes me llaman maestro solo porque quieren, no se los impongo, o necesito, la única apreciación relevante para mí es aquella proveniente de las deidades a las que sirvo. Una “sonrisa” de algunos de mis divinos aliados vale más que el brillante título de Magister o Ipsissimus.

Esto se resume, simplemente, en que hay cosas que son correctas y otras que no; algunas apropiadas, y otras vulgares; algunas falsas y otras verdaderas; el practicante debe saber en qué acera posicionarse, siendo genuino con la fibra viva del Arte Mágico, cuya atemporalidad lo hace incompatible con los desvaríos veleidosos de la modernidad.

La búsqueda por la virtud no es negociable, lo que conlleva a defender posiciones que pueden ir contra corriente, pero ya sabemos a estas alturas que la opinión de las masas es irrelevante; tal y como nos diría Séneca:

(…) No es justo que me respondas lo que de ordinario se dice cuando se vota algún negocio: «Esto siente la mayor parte», pues por esa razón es lo peor; porque no están las cosas de los hombres en tan buen estado que agrade a los más lo que es mejor; antes es indicio de ser malo el aprobarlo la turba. Busquemos lo que se hizo bien, y no lo que está más usado; lo que nos coloque en la posesión de la eterna felicidad, y no lo que califica el vulgo, errado investigador de la verdad. (De la Vida Bienaventurada, cap. II).

La sensiblería, y relativismo, modernos, que crean hombres afeminados y débiles, física y mentalmente, y mujeres que parecen querer huir con horror de roles que les son naturales y costumbristas, sin que esto implique que pierdan su libertad de acción, no es afín a un Oficio Hierático que se mantiene impoluto en una aurea egida de valores bien definidos, en donde el protocolo; la palabra; la cultivación del cuerpo y la mente; la búsqueda por lo divino; el respeto por lo sacro; la caballerosidad romántica (en efecto la imaginería medieval conservó bastante bien el ideal del practicante, aunque de forma velada); la veneración a los ancestros; la lealtad; la lucha a muerte por lo que es bueno y correcto a pesar del peligro personal; la honra a los padres; la melancolía saturnina por el pasado indeterminable; la fidelidad a la amada/o; el cuidado de la naturaleza,  caracterizado por una cuidadosa admiración, a sabiendas de sus capacidades destructoras, a la vez que un bucólico apego a sus paisajes; son tanto cruciales como íntegros a la senda misma.

El Arte Mágico es tradición, costumbre, y hasta cierto punto, conservadurismo, sin que esto último tenga implicaciones de tipo político, pues se adhiere a principios eviternos y transculturales. No hablamos aquí de liberales y conservadores desde aristas gubernamentales y sociales, hablamos de virtud y la ausencia de esta, en triste beneficio de esos constructos lesivos que el hombre inferior moderno, que compone a las masas, yergue cual bandera.

He encontrado, en todos estos años de praxis, diversos autoproclamados magos que eran obesos, mentirosos, infieles, faltos de palabra, fumadores, alcohólicos, drogadictos; llevando vidas, y comportamientos, comunes, no disimiles a cualquier vago de una pútrida esquina, cediendo a cualquier deseo e impulso, destruyendo sus cuerpos, y mentes, a través de vanos placeres.

En la antigua Persia los más elevados magi eran considerados tales no solo por su dominio de los ritos más elaborados y difíciles, sino porque también poseían el mayor auto control posible, eran absolutamente dueños de sí mismos. Esto los hacía realmente libres, pues habían vencido a su mayor esclavista: Ellos mismos.

La Vida Santa ofrece tal liberación, pero únicamente para aquel que desee transitar el más superior, y difícil, de los caminos, aquel de la magia divina, reservada solo para los mejores, aquellos hombres, y mujeres, de excelencia, reyes y reinas entre los hombres comunes, súbditos de los sentidos.