Hace algunas semanas atrás reflexionaba con algunos estudiantes acerca de la relación entre el mago y los dioses, y como está difiere sustancialmente de aquella del devoto y/o sacerdote. Me pareció meritorio dedicar unos cuantos párrafos al tema, como un comentario público en esta página web que sirva a otros practicantes, o buscadores, en sus variopintos senderos.

Parece existir cierta confusión acerca de cómo el mago interactúa con los Poderes, y en este caso me referiré particularmente a los dioses; tal vez, esto se debe a la influencia del pensamiento Nueva Era, o en mayor medida a las formas eclécticas del paganismo contemporáneo, que fundamentan, como no podía ser de otra manera, su relación con las fuerzas naturales desde la adoración y devoción, algo que no es intrínsecamente malo, todo lo contrario, pero que en última instancia termina siendo muy diferente a los protocolos de alianza que maneja un mago propiamente.

Y allí tenemos una voz clave que define todo este asunto, y cuya manifestación parece, para el entendido, zanjar el tema con suma celeridad: Alianza. Empero, aunque evidente, será prudente explayarme al respecto, para evitar futuras tergiversaciones.

Aunque en el mago puede presentarse simultáneamente la figura del sacerdote, y en efecto bajo ciertas premisas podría considerársele un hierofante de los más altos misterios, no pasando por alto que los viejos magos persas, de donde nos deviene la palabra en sí misma, eran a su vez sacerdotes de Ahura Mazda, su relación general, y usual, con las deidades, es aquella de la alianza circunstancial, por períodos variables de tiempo, desde algunos meses, hasta cierto número de años en instancias puntuales, con incluso ciclos de contacto y silencio de por medio.

El mago efectúa trabajos precisos para la deidad particular, e.g. preservar un espacio natural; atender criaturas, materiales o espirituales, al servicio del ente [esta fue, por cierto, una de mis primeras misiones para Hekate, quien me solicitó que velase por ciertas formas etéricas de su sequito]; recuperar cierto conocimiento perdido; servirle como vocero, para difundir algunos arcanos; mediar entre sus poderes para causar impacto en este mundo, lo que puede traducirse en ayudar a la fuerza a causar una transformación natural, como lluvia después de la sequía; entre muchas otras posibilidades.

Se establece así un acuerdo, un pacto si se quiere, entre el dios y el mago, el segundo se compromete a llevar a cabo el servicio solicitado, y el primero otorga a cambio su protección, bendición, favor, guía, y en algunos casos enseñanzas directas.

Esto nos lleva a considerar un asunto, altamente desconocido por los no iniciados, y que aunque puede ser una revelación para muchos, su carácter no mistérico me permite decirlo: los dioses nos necesitan, y nosotros a ellos. Es una relación de ayuda mutua.

Las deidades son entidades espirituales, cuya incidencia en este plano es más o menos limitada, por ello, desde hace milenios, se sirven de los hombres para influir mágica, o materialmente, en esta realidad fenomenológica. Hay deidades que pueden no necesitar a los hombres, por sus roles sui generis, o por su posicionamiento sumamente trascendental y cósmico, pero la gran mayoría de deidades, especialmente las menores, se benefician considerablemente de la interacción humana. Por ejemplo, una deidad menor de un río podría requerir la ayuda de un ser humano para descontaminar su espacio natural, otorgando en intercambio cierto beneficio, como la proliferación de peces para el sostenimiento del hombre. He allí, en tan simple ejemplo, como se cifra la antiquísima relación entre dioses y hombres, y el fundamento detrás de los sacerdocios, que en tiempos arcaicos estaban indisolublemente unidos al de los magos. En Egipto, una de las principales cunas de la magia, la palabra para Sacerdote Lector Jefe [hry-hb hry-tp], líder de los sacerdotes, fue la misma utilizada eventualmente, de forma abreviada, para referirse a los magos [hry-tp].

Los sacerdotes en Egipto, por cierto, ejercían el cargo de forma periódica, durante un mes; y mientras se retiraban temporalmente a sus vidas laicas, fuera del templo, fungían de magos a sueldo. Esto delata, una vez más, el carácter relativo de servicio. Sin embargo, es cierto que existieron, no solo en Egipto, sacerdotes de por vida, lo cual no invalida el carácter particular del trabajo de los magos hacia tales fuerzas.

Incluso, para quienes no estén al tanto, la relación entre Abraham y Yahvé comenzó con un pacto:

Este es mi pacto contigo: Serás el padre de muchas naciones. Tu nombre ya no será Abram sino Abraham ya que te haré padre de muchas naciones. Te haré muy, pero muy fértil, y yo haré que salgan de ti reyes y naciones enteras. Estableceré mi pacto entre tú, tus descendientes a través de las generaciones, y yo. Este será un pacto para toda la eternidad. Prometo ser tu Dios y el de tus descendientes. (Génesis 17:4-7).

El pacto de Abraham [cuya renovación constante se reafirmaba con la circuncisión de cada judío], claro está, fue uno de carácter permanente, pero que ejemplifica, con gran claridad, como pueden establecerse acuerdos sumamente variados, y utilitarios, entre las potencias divinas y los hombres.

Fuera de los casos en los cuales el mago podía ejercer simultáneamente como sacerdote, una ocurrencia que se continúa presentando a día de hoy, la relación entre este y las deidades se fundamenta en una transaccional, aunque a los más emocionales y bucólicos, esto pueda parecerles chocante. Con ello no quiero decir que sea imposible, o inviable, que se desarrollen nexos afectivos entre el individuo y el Poder, aunque de parte del segundo puede que estos vínculos se conciban de forma diferente a la que solemos los seres humanos; pero resulta relevante que, cuanto menos aquel que desee ejercer apropiadamente su rol como mago, no mero devoto, comprenda que existe la necesidad de temperar, y evaluar controladamente, el tipo de interacción que desea construir con un dios específico, evitando decisiones impulsivas, o declaraciones eternas que resulten eventualmente nocivas.

Tal prudencia, y correcto discernimiento de los pro y contras, es una de las muchas características que diferencia a un mago de un simple adorador; mientras que el devoto común se entrega casi ciegamente a la forma divina, o espiritual, que llama su atención, sin siquiera evaluar si se trata de una entidad espiritual beneficiosa o más bien de un parasito que aparenta ser un dios/guía, un caso bastante más frecuente del que muchos piensan, con pseudo practicantes que se rinden ante entidades parasitarias inferiores que les exigen en demasía, consumiendo sus vidas y vitalidad; el mago, por su parte, sopesa la factibilidad de adquirir nuevos compromisos, a sabiendas que su tiempo, y energía, deben ser preservados con celo.

Es bajo esta disposición equívoca, e intemperada, por parte del inexperto, que se suelen erigir altares, y adquirir iconos, a diestra y siniestra, llenando sus habitaciones, y casas enteras, con un sinfín de altares, que más que traer beneficios, terminan por desbalancear, y trastocar, las energías del hogar. Siendo franco, la relación con una deidad, por no hablar de espíritus menores, no involucra siquiera la erección de un altar, o inclusive la consagración, y despertar, de un icono/fetiche/agalma; el mago puede perfectamente obrar en servicio a un Poder, por el tiempo y circunstancia acordada, tan solo con la propia conexión etérica en la palestra. Es tiempo de que, aquel que anhele ser verdaderamente un mago, detenga la orgia sin sentido de altares, que plagan a diestra y siniestra las redes sociales, y que lo aleja irrefutablemente del rol que, presumiblemente desea ocupar, como un príncipe del Arte Hierático.

Un altar es un honor que se le hace a un dios/espíritu, y supone un sacrificio de tiempo, recursos, y energía, y no toda entidad que se cruce en vuestros caminos lo merece, o necesita.

El mago no suplica, sabe y obra en consecuencia; esto no significa tampoco que se piense mejor a los dioses, ello sería una transgresión e hybris, pues las deidades son, en diferentes medidas, muy superiores a nosotros, e incluso el sendero de muchas corrientes mágicas se direcciona a convertirse finalmente en un dios. Empero, aquel que desea realmente conocer los Misterios que tales fuerzas potentísimas tienen para ofrecer, deberá convertirse en un aliado útil para ellas, no en un mero eslavo, o patético súbdito. Si el individuo se rebaja a suplicar, y pedir constantemente, como un niño caprichoso, a un Poder de tal magnitud, este lo tendrá por simplemente un animal de naturaleza subalterna, una molestia que será mejor ignorar, pues no resulta de utilidad alguna. En otras ocasiones infortunadas, si la entidad es maliciosa, subyugará al supuesto mago/brujo, socavando paulatinamente sus bienes, mente, y vida, demandando en crescendo más y más.

Tal vez para algunos resulte curiosa la palabra “utilidad” en el contexto de una deidad, pero sería absolutamente ingenuo el no suponer que los dioses tienen también sus agendas, y propósitos, elevados o bajos. El mago puede hacer parte de tales propósitos, y obtener en retribución múltiples beneficios, no solo materiales sino de índole espiritual trascendental, pero solo si es útil, si puede aportar algo al camino demarcado por el dios, y un hombre afeminado, débil, pusilánime, veleidoso, inconstante, poco voluntarioso, indisciplinado, y volátil, nunca demostrará ser de valía genuina para uno de aquellos inmortales que velan por la estructura y orden cósmico, o natural. Esta es una de las razones por las cuales al mago, en la antigüedad, se le exigía piedad, pues esta supone el tránsito de una vida virtuosa en relación con la divinidad y la naturaleza, tal característica le otorgaba la necesaria garantía moral, y espiritual, para ser escuchado por los dioses, y obedecido por los daimones y ángeles.

Este tema resulta uno sumamente rico en contenido, pero no deseo extenderme en demasía en esta sección de Blog, cuya esencia radica en ser una especie de misivas cortas, un diario, si se quiere, en el que exponga ligeramente mis pensamientos, aunque temo que la palabra “ligero” no es afín conmigo. De modo que, en los siguientes párrafos, intentaré sintetizar las ideas vistas.

La relación entre el practicante del Arte Mágico, no del simple devoto, o politeísta adorador, es una de intercambio y ayuda mutua, con los dioses y espíritus varios. Aunque pueden originarse conexiones afectivas, e incluso románticas (ello es un tema aparte, y tiene sus riegos), el practicante avezado será siempre cauteloso en su aproximación, evaluando cuidadosamente lo que se le pide, así como lo que ganará en consecuencia. Usualmente, en la gran mayoría de escenarios, estas ganancias, o el motivo por el cual el mago sirve a un dios, es por la obtención de protección, guía, y enseñanzas; sin embargo, beneficios materiales, bien sean recompensas directas o indirectas, pueden acontecer, esto siempre y cuando el mago sea genuinamente útil al Poder, pues será conveniente para este último que su agente este bien provisto en sus necesidades mundanas, de modo que pueda ejercer eficientemente sus funciones; en pocas palabras, y en aras de ser lo más directo posible: Sed útiles.

Aquí yace uno de los mayores secretos del Oficio, revelado públicamente, a sabiendas que la mayoría que lo lea, nunca podrá aplicarlo, porque la generalidad de curiosos por tales temas es débil, sin la voluntad para hacer los cambios imperativos para su propia liberación y perfeccionamiento, desechando la moderación por los excesos, y la disciplina por la flojera.

El mago no es un postrador, un genuflexo venerador, un triste suplicante que corre a levantar altares a diestra y siniestra, sino un intermediario, y aliado, de los sempiternos dioses. Conoce los arcanos naturales, celestiales, y ctónicos, siendo capaz de emplear la magia para causar cambios y diferentes efectos, para sí mismo, y para otros, y cuando esos otros son dioses, se puede convertir en su instrumento para un fin especifico, ya sea como sacerdote itinerante, o ejecutor libre de sus designios.  Precisamente, por esto, hay tradiciones mágicas que advierten al mago de no “casarse” con un panteón especifico, para no sufrir limitaciones, pudiendo trabajar, en colaboración, con diferentes fuerzas.

Mucho más puede decirse de este tópico, pero creo que ha sido suficiente para dar un atisbo de tales principios, y arrojar un poco de luz acerca de como el mago debe relacionarse con los dioses, para evitar así no solo equivocaciones, producto de las cuales deja de ser un mago y pasa a ser un mero devoto, sino para protegerlo de decisiones que pueden ser costosas a mediano, y largo, plazo.